LAS BREVES ESPERAS DE LA VIDA

Las vicisitudes de la vida, esas breves esperas en las que en un mirar de reojo hacia atrás, hacia el camino que acabamos de recorrer, nos permiten muchas veces advertir los condoros que nos hemos ido pegando. Ya sea en un comentario, una acción, una mirada o un gasto mal hecho nos hacen darnos cuenta de que muchas veces no nos tomamos el tiempo suficiente para pensar en los que vamos a hacer o decir, como también ver a ciencia cierta si dichos condoros ameritan o no las sanciones que nos llegan.

Carlos y José estuvieron toda la mañana discutiendo si era necesario comprar los helados y bebidas que acostumbran a estar siempre en el freezer del departamento, y mientras Carlos argumentaba que no era una buena opción ya que se venía el fin de semana y nadie iba a aprovecharlos, José se mantenía firme en la posición sosteniendo que el momento de disfrutar de los mismos era cuando estaba el deseo y no cuando fuera más práctico para los demás o para el mismo Carlos. Yo escuchaba pacientemente las argumentaciones de uno y otro, a Carlos y José les unía una amistad de años de compartir las mismas funciones dentro del departamento. Se habían separado algunas veces para desarrollar otras labores esporadicamente pero el destino les había vuelto a juntar junto a otras diez personas en el departamento que me había tocado dirigir hasta esa semana.

Había estado temprano la Jefa del Distrito y había expresamente venido a comentarme la conveniencia de permanecer una semana más a cargo del departamento por inconveniencias de última hora en la atención de las tareas pendientes. Quiero pedirte un favor bien especial – me había dicho. Yo a esta altura del partido ya no quería más guerra con una situación que por todos lados se presentaba injusta, pero que lamentablemente no estaba en condiciones y con ánimo ya de seguir peleando. Mi único afán redundaba cada vez más en salir lo más pronto a mi nuevo destino fuera de la ciudad aunque ello me dignificara reformular y recomenzar de nuevo mis proyectos de vida.

Marisa me había estado llamando en la mañana y me había comunicado que Leyla estaba enferma que por ello no había podido ir a trabajar; habíamos estado juntos la tarde anterior y tras un breve café y una íntima conversación habíamos optado porque se fuera a su casa y se abrigara ante el cuadro febril en ciernes que se le venía. Llevaba diez años con Leyla y el deseo de estar juntos si bien se presentaba a ratos débil, se veía acrecentado con el correr de las horas en aquel lugar y terminábamos siempre entregando todo en un ir y venir de besos y deseos que nos mantenía tan amantes como la primera vez.

Muchas veces las parejas y matrimonios buscan con denuedo la mejor fórmula para mantener el amor al igual que nosotros lo habíamos conseguido, ya que por largos años disfrutábamos de la pasión de cada encuentro; y el secreto nuestro podríamos decir que estaba quizás en que jamás hemos vivido juntos, es más, la mayoría de las veces había habido más de una dificultad y traba para poder vernos y estar el uno con el otro.

La familia de Leyla la componían un matrimonio mal avenido, tres hijos, más su madre, padre y abuela. Si bien su madre en algún momento sospechó y hasta supo de la relación que mantenía conmigo, el paso del tiempo al final la hicieron olvidar o simplemente obviar completamente el tema. Yo por mi parte estaba semi-separado y mis dos hijos eran los más hermoso que había hecho en mi vida, por su parte mi matrimonio había entrado en crisis a diez días de haberse consumado con lo que desde esa fecha los tumbos se habían hecho costumbre en nuestra relación hasta que despues de años de discusiones, celos y rencillas habíamos logrado llegar a un punto de equilibrio, a un suerte de pacto de no agresión, donde ella sabía de manera solapada de mi relación de años con Leyla pero no se daba por enterada ya que a su vez ella asi podía realizar su vida completamente independiente, sin atados y sin mayores reclamos de mis parte. Habíamos aprendido a sobrevivir el uno junto al otro y a socorrernos en los momentos álgidos que en común nos sucedían, momentos eso si que no involucraban en ninguna manera nuestra vida íntima que hacía años ya entre los dos era solo una quimera.

Pero lo cierto era que quedaba poco para Navidad y poco también en este departamento de mierda que tantas dificultades me había acarreado y que aunque poco o nada de lo sucedido era mi responsabilidad, al mirar hacia atrás podía ver que de las múltiples cagadas que me había mandado, ninguna a mi juicio ameritaba la suerte de castigo que significaba el traslado que me obligaban a asumir. Jorge había sido sancionado también pero con una sanción leve en un caso en el cual si había alguien que no tenía resposabilidad alguna era el, por lo que la sanción por leve que fuera, era injusta.

Al final de la mañana no había mayores ganas de trabajar en un departamento que estaba pronto a abandonar, donde ni Carlos había comprado los helados que por el calor del día se hacían más que necesarios; ni Leyla iría a trabajar ese día por el estado febril que le obligó a quedarse en cama. En resumen, poco que rescatar de la jornada. Solo quedaba tomar mis cosas y volver a casa a colocar este primer capítulo de ciber-novela de mi decadente y aburrida vida real en la red. Nos vemos!

VictorHugo