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viernes, 18 de enero de 2008

Crisol de culturas


  • En tiempos donde las ferias de artesanía parecen tomarse el verano, ofreciendo no sólo un lugar de comercialización y difusión de distintas manifestaciones culturales, sino también una oferta de entretención para las vacaciones, bien vale una reflexión en torno a lo popular y el cambio de sentido en los productos “artesanales”.
En momentos en que se busca una boya de salvación contra una marea que parece diluir y homogeneizar por igual a toda cultura, la presencia de lo popular podría proponer la autoafirmación de ciertos grupos dentro del imparable proceso de globalización. Muchas veces, fuera de los conductos que han sido definidos como de la cultura “oficial” o “validada”, circula una cultura popular no menos “noble”, que tiene menos resonancia mediática y distintos tipos de comercialización; que no se produce en grandes lugares de exhibición y que, sin dejar de ser genuina, es menos puesta en evidencia en una sociedad más “comercializada”. Para el sociólogo Manuel Antonio Baeza, la diferencia entre cultura “popular” y cultura “oficial” es un problema de validación: de “supuesto prestigio”. Al comenzar a reflexionar en torno a lo popular, Baeza, académico de la Universidad de Concepción, aclara que el concepto de cultura no remite exclusivamente al patrimonio, a lo que ya existe. “Para un grupo social, cultura es también lo que este grupo es capaz de crear. Entonces, si se le antepone el criterio creativo al concepto de cultura, cualquier segmento de la sociedad puede crear cultura”. Moda inherente al verano, aunque con algunas apariciones en otras épocas del año, las ferias artesanales han sido por años el bastión del arte popular, aunque ahora último han tomado más connotaciones de artes urbanas, de talleres que implican la masividad, la producción pequeña o medianamente industrial. Existe, entonces, un equilibrio precario entre las antiguas manufacturas y lo más industrial. Con 39 años de existencia, lo que por años fue la Feria Artesanal del Parque Ecuador pasó a llamarse ahora Feria Internacional de Arte Popular, proponiendo una serie de modificaciones tanto en los contenidos como en lo relativo a los requerimientos del “mercado” que consume este llamado “arte popular”. El artista plástico José Vergara, señala que uno de los fenómenos perceptibles en esta feria del Parque Ecuador, es su tendencia a inclinarse hacia un rubro específico: sueleta, mimbre o cerámica, por ejemplo, de acuerdo a lo que los asistentes más demanden. Se refiere, en ese contexto, a la adaptación de una artesanía clásica en un producto más comercial. Se trata de objetos adaptados a los requerimientos del público, lo que conlleva a esa suerte de industrialización de la artesanía, con la aparición de talleres masivos que preparan su producción durante todo un año para, en período estival, recorrer las distintas ferias, abandonando el hacer “in situ” de los artesanos originales. De hecho, sin que él lo mencione, es posible encontrarse en ferias como la de los faldeos del Caracol con piezas reiteradas como ecos en otros lugares, principalmente las provenientes de países andinos, grandes importadores de “artesanía”. O, en otras instancias, como lo que ha ocurrido en años anteriores en la feria artesanal del mall, recientemente inaugurada, con las muestras de la India que, con algunas variantes, redundan con lo que puede encontrarse en ciertas casas comerciales. Pérdida de significado original Vergara, quien además es museólogo del Museo de Historia Natural de Concepción, participó en 1962 en la feria artesanal del Parque Forestal en Santiago, junto a Eugenio Brito, con un envío del Taller de las Artes del Fuego, o Taller La Cascada, de Concepción. Recuerda que en esos años el arte popular tenía un concepto mucho más amplio, compartiendo su lugar en esa feria con representantes del Taller 99 de Nemesio Antúnez, con escritores como Manuel Rojas, y con folcloristas como Violeta Parra, una señora algo extraña que con su guitarra animaba las tardes en la feria. A su juicio, y a la luz de sus propias experiencias más tarde como parte de la comisión que ayudaba a seleccionar a los participantes en la Feria de Arte Popular del Parque Ecuador, hoy el exceso de artesanía ha tapado el concepto de arte popular, tornándolo en algo muy difícil de definir: ¿por qué popular? ¿porque la ocupa el pueblo? De un punto de vista sociológico, Baeza define la artesanía con el producto que es puesto al servicio del público: “es el objeto, el bien cultural, desprovisto de otra función. Existe una pérdida del significado original del objeto, el que, al realizarse de manera serial, se profaniza”. En tanto, el arte popular “nos vincula más con la creación, con la posibilidad de otorgar sentidos, significados, a los objetos”. De esta manera, en el tránsito obligado hacia la venta de estos objetos culturales, la actividad creativa se desvirtuaría, perdiendo su significación. Esta “distancia de sentidos” (más que distancia temporal) entre, por ejemplo, un antiguo utensilio de uso religioso y el mismo objeto fabricado masivamente con un sentido decorativo, es lo que el antropológo Néstor García Canclini define al señalar que una pieza artesanal con sentido religioso se “folcloriza” al transformarse en un objeto de consumo sin el contexto original. Se profaniza. Se produce una designificación de los sentidos originales. Continúa Baeza: “el paso de un valor de uso original a un valor de uso decorativo, provoca la transformación de los objetos en piezas que ya no cumplen con su función original, sino que con el requisito estético de decoración”. Acercarse a los orígenes del producto Para Baeza, la existencia de ferias como la del Parque Ecuador, no sólo sirve para difundir, sino también para demostrar que pueden existir otros circuitos de presentación y comercialización de productos, permitiendo además una interacción entre los propios productores y los consumidores. “Acá nos acercamos al producto y a su origen. Al interactuar ambos, se produce un diálogo directo entre quien se inspira y produce, y quien aprecia y adquiere. Eso es interesante desde el punto de vista cultural”. Una de las críticas a las ferias de artesanía es que siempre se ve “lo mismo”. Para José Vergara, ello es propio del arte popular; no es posible cambiar, por ejemplo, el trabajo de las artesanas de Pomaire, que reúnen un conocimiento acumulado por generaciones. “Esto de ir cambiando es, prácticamente, producto del mercado”. Así, esta moda estival de exhibición y consumo de artesanías, ya ha llegado no sólo a Concepción, sino a toda la región en ciudades, pueblos y balnearios. Con sus críticos y sus defensores, las ferias de artesanía o arte popular, no parecen tener fecha de defunción, en la atracción que produce el encontrarse consumidor-productor en un diálogo sin intermediarios. Permitiendo, además, una ventana por donde la identidad local puede respirar de los procesos globalizadores.
Fuente Diario El Sur de Concepciòn

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